viernes, 29 de enero de 2016

La estantería


Me gusta mi estantería, la que está a la izquierda de la cama. Es un trozo de una librería grande que hizo mi padre, que se convirtió en dos -la librería, no mi padre- y se pintó de blanco. Sin duda es un valor añadido, pero no es solo por eso: me gusta porque no soy lo que hay en ella, pero lo que hay en ella es un reflejo de lo que soy.

Es lo que hacen las estanterías. Las colocas porque necesitas espacio para almacenar, al principio unas pocas cosas, luego otras que venían de mudanza y, con el tiempo, objetos varios de aquí y de allá se van sumando a la fiesta. Y un día la miras y ves que ella solita se ha encargado de decorarse delante de tus narices sin que apenas te des cuenta. La miras y, de algún modo, te ves.

Si miro mi estantería, a primera vista encuentro sobre todo libros, los que no cabían en la librería de la salita o los que prefería tener más cerca; pero observando con un poco de atención veo mucho más. Veo las historias que me absorbieron por completo y me llevaron a otros mundos (recuerdo que cuando terminé de leer Veinte mil leguas de viaje submarino estuve varios días resistiéndome a devolver el libro a su sitio, teniéndolo por ahí cerca como quien no quiere la cosa, como si necesitara una especie de proceso de descompresión después de pasar tantos días en el Nautilus). Veo la tetera roja, el primer regalo de Navidad que me hizo Amorcito. La primera Niña Búho que cosí. Mis guías de aves, una pasión que descubrí hace pocos años y que me anima a aprender más y mejor sobre lo que me rodea. La colección de fascículos de los pueblos de Cádiz que reunió mi abuelo. El número de Stuffed Magazine en el que aparecen mis muñecos. El libro de cuentos que nos llevábamos cuando íbamos de camping, y los Cuentos de la Selva de Horacio Quiroga que recuerdo haber leído una y otra vez en casa de mi abuela. El cuarzo que encontramos en una de nuestras rutas. La libreta que me regaló Elena, donde escribí cosas que luego arranqué y ahora lleva los restos de las hojas rasgadas como una cicatriz. Pocos objetos con mucho que contar, como pequeños érase una vez.

Listas, diarios, álbumes de fotos, cajas de Pandora que no nos atrevemos a abrir... tenemos métodos para registrar meticulosamente lo que hemos vivido, y a veces es mucho más fácil: basta con mirar lo que hemos ido construyendo de forma distraída a nuestro alrededor. Somos historias andantes y nos escribimos a cada paso. Es importante escoger bien las palabras.


P.D: El pajarito de alas turquesa es de Florula; la lechuza y el zorrito los hizo mi amiga del bosque Ana.

lunes, 18 de enero de 2016

Buenos días, 2016

Creo que aun estoy dentro de ese límite borroso en el que es correcto decir ¡feliz 2016! Al fin y al cabo el año todavía está amaneciendo. Espero que lo hayáis empezado con ganas, que es lo más importante cuando uno se dispone a comenzar algo.

Las ganas son algo que no me ha sobrado precisamente estas fiestas, ni antes de ellas. Tenía cansancio (mental, emocional, físico), desorden y malestar acumulados lenta y sigilosamente que culminaron en la madre de todos los resfriados, y cuando, haciendo un esfuerzo titánico, conseguí terminar cosas pendientes y entregar los dos últimos encargos del año, me tiré al sofá y dije aquí me quedo. Por suerte, he podido permitirme el lujo de pasar horas sin hacer nada, o al menos nada que "tuviera que" hacer. He dormido la siesta, que es algo que me encanta y rara vez hago. Me he ido a la cama temprano a leer. He visto la tele, ¡la tele!, que desterramos allá por Mayo y a la que invitamos a pasar la Navidad con nosotros; y no es que la haya puesto de fondo mientras hacía otras cosas, porque yo siempre estoy haciendo otras cosas: me he sentado a verla sin más (siempre con un consumo responsable y sin tenerla encendida porque sí). He hecho una hibernación express en medio del caos festivo sin remordimiento de ningún tipo.

Normalmente, cuando por circunstancias paso un par de días sin agarrar la aguja y el hilo o crear algo en general, me afecta al humor. En serio. Con el tiempo una va identificando lo que realmente necesita para mantener el equilibrio -muchas menos cosas de las que piensa en un principio, pero con más convicción- y en mi caso crear con mis manos está muy arriba en la lista. La cuestión es que mi desgana, que ya venía de atrás, se alargaba durante días y días y yo ya empezaba a inquietarme. Vale que a veces soy muy reina del drama y si no siento las ideas y las ganas hervirme dentro pienso que algo no funciona, pero supongo que no iba muy desencaminada, ¿habéis oído eso de que si tienes sed es porque tu cuerpo está comenzando a deshidratarse? No es que te vayas a desplomar de un momento a otro por falta de agua, pero es la primera señal de alarma. Pues funciona del mismo modo con lo demás: hay que estar atenta a las señales. La desidia, la apatía, la ansiedad, los dolores de cabeza... no vienen de la nada, y me toca ser honesta conmigo misma y averiguar qué hay detrás. Podría achacarlo al consabido "es que la vida es así y es normal y blablabla", pero mira, no, no me da la gana. Tengo el derecho y el deber de buscar lo mejor para mí.

Sea como sea, el hecho de poder pasar unos días sin más aspiración que ser (que no es poco) me hizo bien, porque cuando me liberé de lo que me tuviera que liberar los puntos se conectaron y me vino todo el entusiasmo de golpe. Es un pequeño paso adelante, pero yo soy muy de celebrar los pequeños pasos.

 






¡Estoy preparando algo que me tiene muy ilusionada!


Toda esta pájara se puede resumir en que perderse y encontrarse es parte del proceso, pero me da la impresión de que yo me pierdo bastante a menudo y resulta un poco incómodo.

El tema es tan simple como complejo y no voy a extenderme mucho más, pero creo que una de las claves es la motivación, más concretamente la motivación como respuesta a la desmotivación, que parece que siempre es la favorita del público. La desmotivación flota en el aire, la respetamos, la dignificamos, la aceptamos porque el sufrimiento y el "fracaso" (¿a qué llamamos fracaso?) forman parte de la realidad. Cuando alguien considera todas las cosas que pueden salir mal se suele decir que es alguien realista, pero a menudo olvidamos que la satisfacción y el bienestar también son reales, ¿por qué darle tanto bombo a lo que nos quita la energía y tratar de ingenuo o caprichoso lo que nos impulsa? No neguemos una parte, pero tampoco la otra. Ambas merecen un reconocimiento justo.

Aunque, si tengo que elegir, prefiero las historias que me hacen saltar en la silla y me dan ganas de comerme el mundo con patatas. Me gusta la forma de trabajar de la artista textil Jessie Chorley, los relatos de viajeras escritoras (o escritoras viajeras) como Aniko Villalba y Carolina Chavate, o conocer experiencias fuera de lo común como la de Carmen del blog La vida es una sonrisa, que decidió empezar a vivir sin dinero. Me gusta conocer otras perspectivas, otras posibilidades, otras motivaciones que arrojan nueva luz sobre las propias.

Me gusta saber que hay tantos tipos de vida como personas en el mundo, y que yo soy una de esas personas.


Que vuestro 2016 sea vuestro, y que esté lleno de motivación.